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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

Premio al jeta


Todo el mundo conoce el típico chiste sobre el funcionariado y su escasa productividad. Y aunque por lo general no es realmente así, sí es cierto que hay un buen lote de asalariados que no trabajan. Y la administración de la que perciben su salario tampoco hace nada para contrarrestarlo, siguiendo mi última aportación: Los gestores de Peter. ¿Es realmente difícil castigar al malo o premiar al bueno?

Para empezar, castigar al mal empleado público es muy sencillo, solamente hay que querer hacerlo. Y es que en la mayoría de administraciones existe un complemento de productividad. Es tan sencillo como no abonar dicho complemento a quien no cumple objetivos. Y sí, es fácil saber quién no cumple, incluso en mi trabajo se hizo una propuesta para individualizar la productividad, pero casualmente fue rechazada. ¿Será que afectaba a los amigos de los jefes?

Por otro lado, si nos ceñimos a las sanciones de empleo y sueldo, no se utilizan casi nunca y, cuando se hace, suele ser irrisorio y a veces hasta un agravio comparativo. La realidad es que el jeta está identificado más que de sobra y se conocen sus hazañas. En el mundo sanitario, además, existe el conflicto de que una negligencia pueda acabar con la vida de un paciente. Sin embargo, por lo que sea, la administración no actúa si no hay prensa de por medio.

Y al final del túnel, está el buen trabajador. Ese que desempeña lo mejor posible su trabajo y que se ve abocado a la frustración al no percibir que se castigue al jeta y, sobre todo, al ver que tampoco se valora su trabajo. Porque la productividad colectiva es probablemente el mayor generador de jetas laborales, implica que alguien gana un complemento salarial por el trabajo que ha hecho otro.

Los trabajadores que entran tarde y salen pronto aprovechando que no hay sistema de fichaje, los que siempre responden que no es su función, los que se toman el descanso en hora punta, los que protestan teniendo poco trabajo y aún así ni siquiera lo cumplen, los negligentes que causan estragos a la población y un largo etcétera de casos que se suceden. Todo esto acaba perjudicando al servicio público notoriamente.

Y por si alguna duda cabe, las encuestas sobre la percepción ciudadana de los servicios públicos van en picado. Un cúmulo entre los políticos que ansían privatizar en favor de su amigo y los trepas que no han sabido defender su puesto de trabajo. Con lo que la población pasa a dudar de si el sistema público actual es realmente útil o no, especialmente en el ámbito sanitario.

Hace ya bastante tiempo puse varias incidencias a personal de mi servicio por incumplimiento del trabajo sin resultado de la gerente. Incluso, en una conversación teléfónica le dije literalmente: "premias al jeta y castigas al bueno". La respuesta, lejos de una disculpa o preocupación, fue echar balones afuera: "la administración es garantista y no existen medios para castigar al mal empleado ni para premiar al bueno".

Ahora sabemos que es una mentira flagrante y que todo es un círculo vicioso. Quizás habría que valorar por qué los gestores no hacen su trabajo para garantizar el servicio público de calidad, por qué los gestores cumplen con el principio de Peter.