
Vivimos en la era de las respuestas inmediatas. Preguntas, pulsas intro, y zas: ahí está la solución, servida en bandeja por una inteligencia artificial educada en todos los libros que tú jamás leerás. ¿Quién necesita pensar cuando puede consultar? ¿Para qué entender si puedes copiar y pegar?
En una reciente conferencia en Nueva Zelanda, el escritor Neal Stephenson -padre del término 'metaverso' y profeta no oficial del caos tecnológico- nos dejó una advertencia tan clara como inquietante. Recordó la idea de Marshall McLuhan: toda extensión tecnológica implica una amputación. Y no, no se refería a las prótesis biónicas, sino a algo menos visible pero igual de grave: nuestra capacidad para aprender, razonar, dudar… o incluso escribir un artículo sin pedir ayuda a ChatGPT.
Stephenson se mostró especialmente preocupado por el efecto que la IA está teniendo en el aprendizaje. Lo dijo sin rodeos: muchos estudiantes ya no aprenden nada. Usan la inteligencia artificial como un andador para la mente. El esfuerzo ha sido sustituido por la automatización; la comprensión, por el resultado; y el conocimiento, por la ilusión del conocimiento.
El escritor fue incluso más lejos y nos comparó con los Eloi, aquellos seres débiles y dependientes descritos por H.G. Wells en la novela de ciencia ficción La máquina del tiempo. Eran bellos, sí, pero también estúpidamente dóciles, sin memoria ni capacidad técnica, viviendo una existencia blanda mantenida por máquinas y sistemas que no sabían cómo funcionaban. Algo similar a lo descrito por la trilogía de Matrix ¿Exageración? Puede. Pero Stephenson solo necesitó levantar la ceja y señalar lo obvio: hoy, muchos de nosotros somos Eloi con acceso a fibra óptica.
Y es que, mientras nos maravillamos con las proezas de la IA generativa, olvidamos hacernos preguntas incómodas. ¿Qué habilidades estamos dejando de lado? ¿Qué saberes estamos externalizando sin retorno? ¿Qué pasa cuando dependemos de una tecnología que ni entendemos ni podemos replicar si desaparece?
La inteligencia artificial no es el enemigo. Tampoco es el Mesías. Es, como toda herramienta poderosa, una extensión de nuestras capacidades... y una amputación potencial de otras. La clave no está en apagarla, sino en saber cuándo usarla y cuándo es mejor pensar por uno mismo, incluso si eso lleva más tiempo y no garantiza un resultado inmediato.
Porque quizás, al final, la mejor defensa contra convertirnos en Eloi no sea desconectarnos de la tecnología, sino reconectar con nuestra propia inteligencia.