beta
secondary logo
 

Cuaderno de bitácora

Por Sonsoles Sánchez-Reyes Peñamaria

El pararrayos de Benjamin Franklin


 

Benjamin Franklin fue uno de los padres fundadores de Estados Unidos, y la relevancia de su figura para ese país puede constatarse en que su imagen está hoy en los billetes de 100 dólares. Su contemporáneo, el filósofo Emmanuel Kant, lo denominó 'Prometeo moderno'. Fue muy polifacético. Entre su importante legado destaca uno de sus inventos, el pararrayos.

Benjamin Franklin, decimoquinto hijo de un fabricante de velas y jabón, nació en 1706 en Boston, donde había emigrado décadas antes desde Inglaterra su familia presbiteriana, huyendo de la persecución religiosa. Solo recibió escolarización hasta los 10 años, pues debió abandonar las aulas para trabajar en la fábrica familiar y, con 12 años, entró como aprendiz en la imprenta de su hermano mayor, James.

A los 18 años viajó a Londres, donde durante año y medio se formó en el manejo de las prensas, lo que le permitió, a su regreso a Estados Unidos, abrir en Filadelfia una imprenta, que prosperó hasta hacerse con la emisión de billetes en las 13 colonias americanas. Concebía la imprenta como medio educativo, y publicó durante muchos años el Almanaque del pobre Richard, una obra divulgativa que recogía información sobre meteorología, astronomía, pasatiempos y aforismos. Su éxito fue tal, que en su momento fue la segunda obra más popular en la América británica, solo superada por la Biblia.

Utilizó sus ganancias para comprar el periódico La gaceta de Pensilvania y adquirió mucha notoriedad, siendo elegido representante de la colonia en la asamblea. En Filadelfia promovió la fundación de la primera biblioteca pública, su cuerpo de bomberos y su Universidad.

Tuvo un hijo extramatrimonial, William, en torno a 1730. Hay dudas sobre la fecha exacta del nacimiento y la identidad de la madre. Cuando contrajo matrimonio con su prometida de siempre, Deborah Read, en 1730, crió a su hijo en el recién formado hogar. La pareja tuvo otros dos retoños: Francis Folger Franklin, nacido en 1732 y fallecido de viruela con cuatro años; y Sarah, familiarmente llamada Sally, alumbrada en 1743. William era el único heredero varón de su padre, que tenía grandes expectativas puestas en él. 

En 1748, Franklin vendió su imprenta para vivir de la fortuna que había conseguido, pudiendo dedicarse plenamente a sus experimentos científicos. Fue uno de los primeros en proponer el cambio horario dos veces al año como medida de ahorro energético.

La pasión de Franklin por la energía eléctrica, muy de moda en el momento, le llevó a experimentar con ella. Fue quien utilizó por vez primera los términos positivo y negativo en ese ámbito de conocimiento. Plasmó sus descubrimientos entre 1747 y 1750 en cinco cartas a Peter Collinson, un amigo científico miembro de la Royal Society londinense.

Inicialmente, Franklin esperaba que en Filadelfia se terminara de construir el campanario de la iglesia Christ Church, con la idea de valerse de él como pararrayos. Pero un día, cuando estaba volando una cometa, esta fue alcanzada por un rayo que la calcinó, lo que le llevó a pensar que podría servirse de ella para constatar la posibilidad de atraer los relámpagos hacia puntos donde no generasen peligro. Su objetivo era prevenir los incendios y destrucción que causaban los rayos al caer en edificios de madera.

Para captar una carga eléctrica, ató una llave de metal a la cometa. Luego, lió la cuerda de la cometa a una cinta de seda aislante para proteger los nudillos de su mano. Siguió volando la cometa en días tormentosos, hasta que el 15 de junio de 1752 consiguió capturar otro rayo. La electricidad descendió por el hilo de la cometa hasta llegar a la llave. La tocó con un nudillo y recibió un chispazo, demostrando que era posible atraer los rayos hacia estructuras de hierro, librando a otros elementos de su impacto.

No hay pruebas irrefutables de que el arriesgado experimento se llevase a cabo, aunque se acepta generalmente como cierto. Su hijo William, que ya había alcanzado la veintena, fue el único testigo, pero nunca declaró nada al respecto. Franklin tampoco escribió pormenorizadamente sobre el experimento de la cometa; quien plasmó el relato en 1767, 15 años después de realizarse, fue Joseph Priestley, en su obra Historia y Estado Actual de la Electricidad, leída en manuscrito y aprobada por Franklin. Este, el 1 de octubre de 1752, menciona a Collinson epistolarmente la utilidad y modo de confeccionar y echar a volar una "cometa eléctrica" para captar un rayo, pero no afirma que él lo hiciera. Incluye un recuento somero de argumentos equivalentes a los de la carta el 19 de octubre en la Pennsylvania Gazette; por otra parte, en el número de 1753 del Almanaque del Pobre Ricardo publica instrucciones para proteger las casas de los relámpagos.

Un año más tarde, en 1753, la Royal Society de Londres concedió a Franklin su prestigiosa medalla de oro Copley. Desde entonces empezaron a proliferar los primeros pararrayos en las partes superiores de los edificios. Barras metálicas de entre cinco y diez metros de longitud con punta de cobre o platino, materiales de gran conductividad eléctrica. Su presencia en los tejados de Estados Unidos y más tarde del resto del mundo ha evitado incontables daños humanos y materiales.

Atrapado el rayo, la barra metálica continuaba como línea de conducción con cables o hilos de cobre, con la función de dirigir la electricidad hacia la tierra para ser absorbida, colando bajo la superficie del suelo un disipador, prolongación de la línea.

Mientras Franklin defendía los pararrayos con punta afilada y colocaba uno en su propia casa de Filadelfia, en el 141 de High Street (actualmente, Market Street), los científicos ingleses preferían los de punta roma, argumentando que era menos probable que fueran alcanzados por un rayo. En consecuencia, el rey británico Jorge III hizo equipar su palacio con un pararrayos de punta roma. La decisión se convirtió en un tema político, pues siendo unos años de tensión entre el Reino Unido y sus colonias americanas, los inmuebles coloniales equipados con pararrayos puntiagudos implicaban un apoyo implícito de sus propietarios a la independencia.

El físico francés Thomas-François Dalibard había llevado a cabo una prueba similar apenas un mes antes que Benjamin Franklin, pero explícitamente reconocía en su informe que se basó en la obra de este: "del último experimento realizado en Marly-la-Ville, se desprende que la materia del trueno es indiscutiblemente la misma que la de la electricidad. La idea que tenía de ello el señor Franklin deja de ser una conjetura; aquí se ha hecho realidad, y me atrevo a creer que cuanto más profundicemos en todo lo que publicó sobre la electricidad, más reconoceremos cuánto le debe la Física". Dalibard había tenido acceso al libro de Franklin de 86 páginas Experimentos y observaciones sobre la electricidad hechos en Filadelfia, América, publicado en 1751 en Londres y traducido y distribuido por toda Europa. Un ejemplar fue enviado por Peter Collinson al naturalista francés Conde de Buffon, quien se lo hizo llegar a Dalibard pidiéndole que se lo tradujera a la lengua gala. Este, tras conocer el texto, solicitó la ayuda de su colaborador Delor para replicar algunos de los experimentos de Franklin y se los mostraron en marzo de 1752 al rey francés Luis XV, que quedó fascinado.

Eso animó a Dalibard a acometer su famoso experimento. El 10 de mayo de 1752, en el pueblo de Marly-la-Ville, cerca de París, colocaron una gran barra de hierro aislada del suelo con botellas de vino y lograron extraer chispas de un rayo. Delor repitió el proceso con idéntico resultado unos días después, el 18 de mayo. Luis XV envió un mensaje de felicitación a Franklin, Collinson y la Royal Society de Londres. Se cree que el experimento de Franklin ocurrió en 1752, después del de Dalibard, pero antes de que el americano se enterara del éxito de este. 

En 1753, el Dr. John Lining repitió la prueba de la cometa de Franklin en Carolina del Sur, pero cuando posteriormente intentó instalar un pararrayos en su casa, la población local se opuso, alegando que eso contravenía la voluntad de Dios, un temor que se formularía contra el invento en la mayoría de los países de Europa. En abril de ese año, Franklin alegaría que no suponía para el hombre rebelarse contra la divinidad el guardarse contra los truenos del cielo, más de lo que lo es protegerse de otros fenómenos atmosféricos como la lluvia, la helada o los rayos del sol como se hace habitualmente mediante tejados o sombrillas sin que nadie se escandalice por ello.

El 6 de agosto de 1753 el científico sueco Georg Wilhelm Richmann se electrocutó en San Petersburgo tratando de llevar a cabo un experimento similar, al intentar medir la intensidad del campo eléctrico de la atmósfera. Sin embargo, al año siguiente el eclesiástico checo Prokov Divíš desarrolló satisfactoriamente un pararrayos con una barra metálica de 40 metros sujetada con tres cables, que no buscaba atraer los rayos sino repelerlos.

Franklin fue un firme defensor de la enseñanza de la natación por sus muchos beneficios, y también realizó otras invenciones, como las lentes bifocales, la estufa salamandra (considerado el primer tipo de calefacción moderna no integrado en la construcción) o la armónica de cristal utilizada después por Mozart o Beethoven, pero su espíritu filantrópico y de búsqueda de la utilidad y el bien común le llevó a permitir la libre difusión de sus hallazgos, que no patentó.  En enero de 1762, Franklin envió por carta un diseño mejorado de su pararrayos al célebre filósofo escocés David Hume.

Franklin se convirtió en líder de la Revolución Americana. En 1776 se embarcó para Francia a pedir su ayuda en la independencia de los Estados Unidos, aprovechando para el triunfo de su causa que lo avalaba su enorme fama mundial. Era una celebridad que sorprendía por su vestimenta sencilla y su negativa a llevar peluca.

El joven William Franklin en 1763 fue nombrado Gobernador Real de Nueva Jersey. La Guerra de Independencia americana dolorosamente separó a padre e hijo para siempre: el primero, pro separatismo; el segundo, pro británico. Su hija Sarah, por el contrario, fue como su progenitor, una líder en la independencia norteamericana. Cuando Franklin falleció en su casa de Filadelfia en 1790, a la longeva edad para la esperanza de vida de la época de 84 años, los Estados Unidos acababan de nacer como país. Viudo ya, sus últimos años residió con su hija Sarah, el esposo de esta, Richard Bache, y los ocho nietos que ellos le dieron. Para entonces, William vivía exiliado en el Reino Unido. Padre e hijo se vieron una sola vez en el viejo continente, pero no lograron arreglar sus diferencias.

Hoy, 300 años después de su invención, muchos pararrayos en el mundo siguen siendo iguales a los que Franklin diseñó. En 1918 Nikola Tesla los perfeccionó con una punta de captación con base amplia, más segura, pues la punta del pararrayos ionizaba el aire y por eso atraía al rayo, lo que convertía el aire circundante en conductor y podía causar daños incontrolados.

Al final de su vida, Franklin estuvo muy implicado en el abolicionismo de la esclavitud. En su testamento legó 2.000 libras esterlinas a sus ciudades natal, Boston, y adoptiva, Filadelfia, con la condición de que durante los primeros 100 años se colocaran en fideicomiso y solo se utilizaran para préstamos a comerciantes locales. Una parte se podría gastar después, pero el resto debería esperar otros 100 años hasta que las ciudades fueran libres de utilizarlo como creyeran conveniente. La voluntad de Franklin se cumplió. Pasados 200 años, en 1990 sus fondos alcanzaban 4,5 y 2 millones de dólares, respectivamente, y se usaron para financiar el Instituto Franklin en Filadelfia y el Instituto de Tecnología Benjamin Franklin en Boston. Filadelfia también destinó parte para becar estudiantes de formación profesional.

La efigie de Benjamin Franklin, tomada del retrato que le hizo el pintor francés Joseph Duplessis en 1778, aparece en el billete de 100 dólares americanos desde 1914 hasta hoy, papel moneda conocido coloquialmente como "Bens", "Benjamins" o "Franklins". El genial inventor permanece muy vivo y cercano hoy.