
El escritor francés Gustave Flaubert (1821-1880) alumbró a una de las heroínas de ficción más célebres de todos los tiempos: Emma Bovary, protagonista de la novela homónima, cuyo proceso creativo se prolongó durante un lustro desde 1851, siendo publicada en seis entregas en La Revue de Paris entre el 1 de octubre y el 15 de diciembre de 1856. La insatisfacción de Emma Bovary ante el profundo desfase entre sus aspiraciones ilusorias y la insulsa realidad la impulsa a producirse la muerte. Esa frustración crónica ha llegado a conocerse como bovarismo, vocablo acuñado por el filósofo Jules de Gaultier en 1892.
Pocos años antes de la redacción de Madame Bovary, la esposa del médico de una aldea cercana a Rouen, capital de Normandía, se había suicidado con veneno. El médico había estado casado previamente con una viuda, y al fallecer ésta, había contraído un segundo matrimonio con la mujer que luego se quitaría la vida. Este suceso parece haber estado en la mente de Flaubert a la hora de componer la novela, pues el hilo argumental incluye idénticas circunstancias.
El de Emma Bovary es uno de los envenenamientos más conocidos de la literatura universal. La protagonista, acorralada por las deudas y la deserción de sus amantes, decide morir ingiriendo arsénico, al que logra acceder utilizando una argucia con el mozo de la botica: "Emma fue directamente al tercer estante, hasta tal punto la guiaba bien su recuerdo, tomó el bote azul, le arrancó la tapa, metió en él la mano, y, retirándola llena de un polvo blanco, se puso a comer allí con la misma mano". Pero cualquier idea romántica sobre el suicidio se disipa por completo al leer el capítulo VIII de la Tercera Parte de la novela. La narración, que se inscribe en el realismo literario, describe con precisión científica los atroces efectos de la ingesta de arsénico, y nos revela un autor bien documentado como Flaubert, con un espíritu muy desarrollado para la observación, surgido de la inmersión en el ambiente médico en que transcurrió su niñez.
El padre del novelista, Achille-Cléophas Flaubert, era cirujano jefe en el hospital de San Luis y San Roque en Rouen, la ciudad donde Juana de Arco fue arrojada a la hoguera, puesto que posteriormente ocuparía el hermano mayor de Gustave, también llamado Achille. Además, el abuelo paterno, Jean-Baptiste Fleuriot, había sido médico de Pont l'Évêque. La medicina está tan intrínsecamente ligada al creador de Madame Bovary que actualmente, el antiguo hospital de Rouen ha sido transformado en Museo Flaubert y Museo de Historia de la Medicina.
El episodio de Madame Bovary que describe los efectos del envenenamiento no ha dejado a nadie indiferente en el siglo y medio largo transcurrido desde su composición. Ya su primer lector, el propio Gustave Flaubert, confesaría años más tarde el profundo impacto emocional que le produjo su elaboración, llegando a somatizar las mismas sensaciones de su criatura de ficción: "Sentía tan verdaderamente el gusto del arsénico en la boca, estaba tan envenenado yo mismo, que sufrí dos indigestiones una tras otra, dos indigestiones reales, con vómitos" (Carta a Taine, ca. 1869).
En enero de 1857, Gustave Flaubert tuvo que enfrentarse a un proceso judicial como autor de la novela en el Palacio de Justicia de París, bajo las acusaciones de ultraje a las buenas costumbres y a la religión. El capítulo que el censor consideraba "más perverso", de nuevo, era el del fallecimiento de la protagonista, por mezclar elementos profanos y religiosos, y sensualidad con muerte. El argumento de la defensa, de que el trágico final de la heroína era un castigo moralizante, fue rechazado por el procurador imperial, Ernest Pinard, en los siguientes términos: "Madame Bovary muere envenenada; y sufre mucho, quién lo duda; pero muere en su día y hora no porque sea adúltera, sino porque así lo quiso; muere en todo el esplendor de su juventud y su belleza". El tribunal acabaría absolviendo a Flaubert, pero el capítulo en cuestión siempre quedaría envuelto en un halo de notoriedad.
El premio Nobel de Literatura, Mario Vargas Llosa, reconocía la fascinación que le producía la escena, en un diálogo con Julian Barnes moderado por Marianne Ponsford durante el Hay Festival en Cartagena de Indias, Colombia, el 21 de febrero de 2013: "el episodio que releo siempre, sobre todo cuando tengo depresión o tristeza: el suicidio de Madame Bovary (...) cuando ella se traga el arsénico y hay esa descripción verdaderamente estremecedora de lo que sucede con la cara, la lengua, la boca de Madame Bovary, es un episodio que a mí me saca de la tristeza, me saca de la desmoralización y me produce una especie de reconciliación con la vida (...) es tanta la perfección, la maestría, la belleza con que está descrito ese horror que siento como una inyección de entusiasmo y una justificación de la vida. Siendo así, la vida vale la pena ser vivida, aunque sea para leer la maestría semejante a la que hay en esas páginas de extraordinaria lucidez, inteligencia, destreza, intuición, con que ha podido redondear un episodio que, contado en seco, produce un rechazo, un disgusto, un desagrado de la vida".
La descripción de Flaubert sobre las últimas horas de Emma es certera y detallada. La lectura de los efectos del arsénico en el Manual de Medicina Harrison hace evocar, punto por punto, el sino implacable de Madame Bovary:
Aliento con olor a ajo: "Un sabor acre que sentía en su boca la despertó".
Náusea, vómito: "le sobrevino una náusea tan repentina, que apenas tuvo tiempo de coger su pañuelo". "Se mantenía inmóvil por miedo a que la menor emoción la hiciese vomitar".
Pérdida de líquidos: "¡Tengo sed!, ¡oh!, tengo mucha sed"- suspiró.
Hipotensión: "sentía un frío de hielo que le subía de los pies al corazón".
Dolor abdominal: "casi acariciándola, le pasó la mano sobre el estómago. Emma dio un grito agudo. Carlos se retiró todo asustado".
Convulsiones: "presa de grandes convulsiones, exclamó: ¡Ah!, ¡esto es atroz, Dios mío!".
Delirio: "a todas las preguntas respondía sólo con un movimiento de cabeza; incluso sonrió dos o tres veces. Poco a poco sus gemidos se hicieron más fuertes, se le escapó un alarido sordo; creyó que iba mejor y que se levantaría enseguida".
Hiperpigmentación: "Tenía (...) el cuerpo cubierto de manchas oscuras".
Gastroenteritis hemorrágica: "Emma no tardó en vomitar sangre".
Es muy probable que, para la descripción fidedigna de la muerte por arsénico, Gustave Flaubert manejase el Tratado de los venenos (1814), escrito por el español Mateu Orfila Rotger, 'padre' de la toxicología, que fue decano de la Facultad de Medicina de París (1831-1848) y perito en casos de envenenamiento que gozaron de amplia difusión periodística en la época. Umberto Eco también alude al tratado de Orfila en el prólogo de El nombre de la rosa como texto de referencia para los envenenamientos en la abadía.
Madame Bovary es una mujer contada por un hombre. Un narrador omnisciente que todo sabe de ella, que la interpreta por el tamiz de sus ojos y su mente. Que anhela domesticarla en renglones y palabras y la aniquila por no saber conciliarla con la sociedad biempensante, consciente de estar en el umbral de un momento histórico en el que ya clarea la modernidad, en el que la mujer amaga salirse de los cauces permitidos ancestralmente para sus ríos y de los caminos largamente trillados para ella.
Cuando Flaubert escribió Madame Bovary, dejó tras de sí el rastro de una fuerte identificación con su protagonista. Aseguran que afirmó: "Madame Bovary soy yo".
Bien pudo ser. Porque Madame Bovary es Vargas Llosa cuando siente su conversión en escribidor para revivir a Emma por rebelarse ante su funesto final y es Cernuda cuando redacta La realidad y el deseo. Es Alonso Quijano cuando en el lecho de muerte claudica y sacrifica la libertad de la ficción y somos los lectores ante la insatisfacción de reconocer el abismo entre sueño y rutina. Por eso nació el epónimo bovarismo. Porque Emma Bovary somos todos.
Como en el caso de Anna Karenina o Don Quijote, el autor había reservado para Emma Bovary un encuentro final insalvable con la muerte. Pero, al igual que Tolstoi y Cervantes, paradójicamente Flaubert dotó a su heroína de una condición inmortal, consagrada para siempre por los cánones literarios, que ningún arsénico del mundo podría arrebatar.
Fotografías: Gabriela Torregrosa