A dos horas de marcharme a la playa, miro el montón de ropa que está encima de la cama. Me da miedo. Estoy segura de que ahí debajo vive una familia de rumanos. Pienso: en que momento pasó de tres camisetinas que no he colocado a tres lavadoras de color y una de blanco. Pienso: en invierno no tengo ese problema, la ropa tarda más en secarse. Pienso: me estoy desviando del tema. Pienso. Abro una cerveza.
Después de una hora de procrastinar, sigo sin hacer la maleta. Cojo papel y un bic, así será más fácil, me digo, porque no se te olvida nada. Se me va la pinza garabateando y me encelo con el dibujo. Acabo. Me queda media hora. Pienso. Abro la maleta, un, dos, tres, cuatro, cinco días, seis bragas, ocho por si acaso, seis sujetadores, siete por si acaso. Pienso. ÂżPor si acaso qué?. !El cepillo de dientes! Que no se me olvide. Bueno ya que estoy, hago el neceser. Pienso. No sé lo que voy a necesitar, mejor que sobre. Pienso. Miro el montón de ropa. Cubico. Me cabe todo, hasta la familia de rumanos. Abro la maleta. Tó pa dentro.
Me voy a la playa. Fin.
El dibujo que veis es la lista de cosas que tenía que meter en la maleta. No llevo chanclas. Ni pijama. En finŚ