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Una voz

Por Javier Lopez Rodríguez

El escaparate


Se pregunta Andrés Lima, que siendo ser humano, cómo se puede no ser humanista. Quizá esta pregunta sea el eje troncal de '1936', su último montaje teatral sobre la Guerra Civil española que se despide esta semana del Centro Dramático Nacional en Madrid, tras casi dos meses en cartel.

1936 es la primera obra de teatro que hace un recorrido milimétrico y contextualizado del conflicto más grande que ha asolado jamás a España. Los protagonistas de esa época de horror son encarnados por actores como Alba Flores, Blanca Portillo o Guillermo Toledo a través de una coreografía que dura veintiocho escenas y más de cuatro horas y acompañado en todo momento por un coro que consigue hacer entrar al público en la atmósfera como si fuera el mismísimo aire cargado de pólvora.

Supongo que la intención de Lima con este proyecto es ponernos un espejo delante y hacernos pensar. (Si el teatro no está para eso, probablemente esté cojo de una pierna, tenga una fractura de muñeca, miopía y el colon irritable) Y lo consigue, claro que lo consigue. No sé si provoca emoción, pero tampoco creo que sea su principal objetivo. Ya existen suficientes recursos para encontrar, a quien le interese, el morbo y la romanización de cualquier guerra. Lima no concede, afortunadamente, ese capricho y simplemente, se limita a contar la verdad.

Cualquier grupo, ente o clase social es público potencial de 1936. Y en realidad, ojalá lo fuera. Me gustaría incluir aquí a turolenses, palentinos, conquenses o salmantinos, algunos ejemplos de ciudades relegadas siempre al mismo tipo de teatro en su oferta cultural y donde '1936' no hará el amago de asomarse.

Muchas administraciones locales no pueden (y otras muchas tampoco quieren) alejarse del horizonte y mirar más allá. Ejerciendo el mismo peso en el otro lado de la balanza están instituciones culturales públicas que tampoco giran demasiado obras de esta talla y coste.

Me gusta '1936', me gusta lo que genera y me gusta que el teatro sirva para contar la verdad. Lo que ya no me gusta tanto es que las cosas no provoquen conversación porque se queden en los mismos escaparates de siempre. Aunque también es cierto que los escaparates, a pesar de su precio, siempre están ahí. Asomarse y echar una ojeada está al alcance de todo el mundo.

Otra cosa es que apetezca, interese y nos podamos permitir entrar.