Nada que valga la pena está exento de riesgo. Cuanto más alto soñemos, cuanto más grandes sean nuestros objetivos, mayor será el precio que tengamos que pagar para conseguirlos. Mayor será la dificultad que entraña recorrer el camino. Y mayor será el sacrificio que tengamos que realizar.
Uno puede elegir una vida sin riesgos. Esto es aceptable. Puede decidir posponerlo todo hasta el próximo año. Puede no conducir más su coche, por si sufre un accidente. Puede preferir no pedir un ascenso, por si lo despiden, o buscar un trabajo, por si lo rechazan. Es mejor quedarse en casa cuando nieva y ver desde nuestra ventana cómo son los demás los que disfrutan de la nieve. Y definitivamente es más seguro trabajar para otros que correr el riesgo de endeudarse con nuestra propia empresa. La mayoría de las personas han elegido casi sin darse cuenta no vivir. Y esto tiene un precio. El precio que pagamos por no hacer las cosas puede resultar más devastador para nuestra vida que el haber decidido lanzarnos a la piscina y correr el riesgo de morir ahogados.
En la vida hay mucha gente dispuesta a creer que sabe lo que tiene que hacer para tomar las acciones que los lleven hasta los resultados. Son personas cegadas por un sistema de creencias que les permite creer que, cuando ellos elijan, podrán moverse hacia delante. Tan pronto descubren el sacrificio inherente a la acción, se delatan a sí mismos como incapaces y se amparan en habladurías para mantener ante los demás un estilo de vida que jamás poseyeron. Son personas paralizadas por el miedo. No importa cuán altas sean tus metas, ni siquiera cuánto puedas sufrir para conseguirlas, si no permites que tus acciones se interpongan a tus miedos, en cualquier momento te verás sobrepasado por las circunstancias.
El miedo es la más sutil y destructiva de todas las enfermedades humanas. Dr. Smiley Blanton
El precio del miedo se paga con la vida. El precio por vivir se paga con esfuerzo y sacrificio. Puede aparecer como una sorpresa para muchos, pero debemos asimilar cuanto antes nos sea posible que tras el enorme esfuerzo de comenzar algo, el camino que viene estará compuesto de más esfuerzos. Esto puede parecer desalentador, pero por mucho que busquemos salidas, tendremos que seguir pagando por nuestros objetivos. La verdad es que no todo son malas noticias. Debemos recordar que nuestro carácter se construye a través de las adversidades, y cuantos más obstáculos superemos, más miedos venzamos y más fieles seamos a nuestros principios, más seguros nos iremos encontrando. Es la magia del reto, de luchar hasta el final, y no la recompensa obtenida, lo que hace que pongamos nuestra autoestima y nuestra confianza en un peldaño superior a nuestros miedos.
Aquí volvemos a un tema frecuente en nuestra ambición por superarnos, el miedo al fracaso. El temor a fracasar hace que ni salgamos de nuestra zona de confort ni permitamos que otros nos ayuden a superarlo. Y como ya sabemos, de nuestras zonas de comodidad se sale arriesgando y aprendiendo. Arriesgando cada vez que enfrentamos una situación que nos bloquea y nos expone, y aprendiendo de los fallos cometidos para volver a intentarlo más tarde mejor preparados. Algo chocante si tenemos en cuenta nuestra sólida vinculación a tomarnos los fracasos como atentados contra nuestra identidad personal. Si tenemos en cuenta que aprendemos a caminar a raíz de nuestras caídas; aprendemos a escribir y a hablar tras el enorme esfuerzo de practicar; ganamos y perdemos amistades por lo aprendido tras situaciones pasadas dolorosas o estimulantes y hemos comprobado innumerables veces cómo un cambio en nuestra actitud puede provocar respuestas diametralmente distintas en las personas con las que nos relacionamos, ¿acaso no es cierto que de la misma forma podemos educar nuestra percepción de lo que consideramos fracaso y transformar las situaciones consideradas negativas en plenas oportunidades para cambiar, mejorar y progresar? Apuesto a que sí.
Dejemos que sean los erores los que adviertan qué caminos debemos seguir para cultivar un período de resultados que nos ayuden a entender su necesidad dentro de un marco de crecimiento.
CUESTIÓN DE OPTIMISMO
La posibilidad de triunfo alberga un claro componente de optimismo. La respuesta a esta máxima se halla en la capacidad humana de buscar razones para persistir y así formar una opinión contraria a la popular, librándonos del "realismo" con el que viven muchas personas. Aquello que es tomado como "real" en la vida de una persona, puede no serlo para otra. Mientras vemos cómo hay personas que aceptan con frecuencia la realidad de aquello que les sucede, y lo hacen sin fundamento que corrobore su visión, vemos cómo otras eligen rutas alternativas de pensamiento y recepción. Estas últimas, más optimistas, tienden a evitar pensar en el fracaso eludiendo así sus consecuencias y llenándose de confianza a base de autoverbalizaciones positivas, lo que les permite no cesar en el intento de ir tras lo que quieren.
Si fijas tu rumbo a una estrella, podrás superar cualquier tormenta. Leonardo da Vinci
Tengas lo que tengas pensado hacer, resulta esencial experimentar un proceso de maduración contínuo en términos de optimismo. Como hemos dicho, nuestra perseverancia acrecenta nuestras posibilidades de conquista, pero sucede a menudo que nuestras creencias acerca de lo que significa fracaso nos impiden perseverar. Y el precio que podemos pagar puede ser muy alto. Nuestro esquema general de fracaso es desear primero, desviando después nuestra mente hacia las consecuencias, abriéndole la puerta al miedo y abandonando finalmente aquello que deseábamos. Como ya hemos dicho antes, la forma de arrebatarle el poder al miedo consiste en actuar una y otra vez sin temor a las consecuencias, hasta convertirlo en un hábito. En lo referente a nuestra felicidad, es un precio que vale la pena pagar.
DISCIPLINA
El arte de convertir las dificultades en oportunidades es cuestión de una elección reforzada con disciplina. Es un hábito que no se consigue de la noche a la mañana. Implica tomar riesgos y un abandono deliberado de nuestra zona de seguridad. Es el repetitivo abandono de nuestra zona de confort lo que termina por transformar nuestra percepción de seguridad, creando pautas de actuación naturales ante el riesgo.
La disciplina significa perseverancia y determinación de superación ante nuestros límites personales. Pero sobre todo significa trabajo duro. Trabajo por la exigencia que requiere mejorarnos a nosotros mismos para superar los obstáculos del día a día. La disciplina en este orden significa transformación, puesto que es lo que hacemos cuando nos encontramos con nuestras limitaciones. ¿Verdad que cuando nos rechazan en una entrevista de trabajo, y nos desanimamos, acudimos a la siguiente un poco menos entusiasmados aún sabiendo que esto reduce nuestras posibilidades de conseguirlo? Cuando pensamos en las consecuencias, abandonamos el proceso. Por eso tantas personas abandonan sus sueños de ser maestros, policías o ingenieros al suspender los exámenes que los conducirían hasta la meta. Durante años han arrastrado el temor a las consecuencias y han adoptado una posición de autocompadecencia insana. Como consecuencia, y debido a su alta vinculación al resultado y la baja motivación, terminan por abandonar.
La disciplina requiere tomar la decisión de actuar para conseguir, de mejorar nuestras armas con las que luchar y tener presente que, si nos lo proponemos, el proceso de transformación en el que nos vemos inmersos es lo más rentable que podamos haber hecho jamás.
Existen dos tipos de dolor: el dolor de la disciplina y el dolor del arrepentimiento. Uno, basado en el trabajo, pagará con creces el esfuerzo invertido y el otro, más cómodo, te mantendrá atado sufriendo lo que se conoce como "desesperación silenciosa". Ahora puedes elegir el camino que quieres llevar.